lunes, 22 de febrero de 2010

On the rocks


Ahogo mis penas en la copa de whisky más cara de la historia. Grande, como de coñac pero más grande, con cuatro hielos como cortados con sierra eléctrica, que chocan entre sí provocando un estruendo similar al de un iceberg estampándose contra el casco de un barco. El cristal refleja mis labios rojos, desdibujados como en un retrato impresionista, con gotas de sudor alcohólico que acompañan los restos de una saliva que poco a poco se seca. El oro líquido que me bebo parece recién salido de mi vejiga, con el regusto amargo y tostado del buen licor, pero con la resaca eterna del cirrótico. Y mis penas salen como por arte de magia y se entremezclan con el whisky, con el deshielo y se vuelven a adentrar de nuevo en mi garganta, para recorrer mis interiores hasta el agujero donde se ve la luz, el final del túnel. Es ahí, en el mismo váter donde acaban todas las penas del mundo. Camarero, otro on the rocks, por favor. El váter es el sumidero de mis penas bañadas por whisky de garrafón.

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